He perdido la cabeza

He perdido la cabeza
-He perdido la cabeza -Eso me temo,estás loco,chalado,majareta...Pero te diré una cosa, las mejores personas lo están

jueves, 13 de enero de 2011

Hielo

El cielo estaba completamente blanco, iluminado por un sol invernal, carente de calor. Era un pueblo pequeño, sumido en un invierno eterno, de habitantes de piel grisácea y ojos de plata. Bajo la piel de todos ellos corría sangre caliente, de todos excepto de uno.

Poco se sabe de como o cuando apareció en el pueblo, pero desde que llegó se hizo conocida por su extraordinaria belleza, una belleza tan fría y extraña que nadie se atrevió nunca acercarse.

Estaba echa completamente de hielo. Su piel fría y pulida, semitransparente, dejaba adivinar sus huesos bajo la piel; el pelo blanco le caía delicado sobre los hombros, y sus ojos azules con pupilas blancas parecían poder ver a través de ti.

Vivía alejada del resto de personas, en una pequeña torre abandonada, rodeada de árboles de cristal y hojas de plata. Un lugar tan bello como siniestro, que hizo que la leyenda de la dama de hielo se extendiera hasta tierras más lejanas.

Un día, llegó al pueblo un extraño, procedente de una ciudad. Llevaba una chaqueta de piel sobre el pecho desnudo y de uno de sus hombros salía el cuerno de una guitarra. Pantalones de cuero y cadenas, botas camperas, la mano derecha con una uña tan afilada como un cuchillo, la izquierda era la cabeza de la guitarra. Su rostro estaba a medias cubierto por una extraña máscara blanca, sin rostro, dejando ver solo en el lado descubierto un extraño ojo de pupila en espiral, semioculto por los mechones de pelo castaño que caían ondulados sobre su frente.

Vago por el pueblo, preguntando en cada taberna y llamando a cada puerta, tratando de averiguar la forma de encontrar a la helada joven. Al principio la gente se negaba a hablar con él, lo echaba de los locales, tal vez incomodados por su extraño aspecto. Hasta que un día, cuando casi había dado por perdida su búsqueda, se encontró frente a un extraño bosquecillo. Los árboles brillaban, descomponiendo la lluz del sol, dando las únicas notas de color a ese mundo pintado de blanco.

Seducido por la belleza del bosque, el joven se internó entre los árboles.

Desde una ventana, la mujer de hielo le vio moverse entre las letales ramas. No era como los demás, era extraño, quizás tanto como ella, tal vez igual de solo. A sus fríos ojos asomó un destello de ternura.

Los árboles de cristal parecían moverse a medida que avanzaba, cerrando cualquier oportunidad de dar media vuelta. El sol que se filtraba a través de las ramas le quemaba la piel, que los propios árboles trataban de desgarrar, como si quisieran evitar que saliera de allí. Ya no había oportunidad para arrepentirse, solo podía seguir hacia delante. Casi había salido cuando una de las ramas se derrumbó tras él, atravesando la chaqueta de cuero y dejándole clavado al suelo. Trató de liberar la prenda, pero otro árbol cercano comenzó a tambalearse. Lo más rápido que pudo, sacó los brazos de la chaqueta y se apartó justo en el momento en que el árbol cayó en el lugar donde él había estado. Entre él y la salida, las ramas formaban una enrevesada telaraña de cristales, dispuestos a atravesar la piel desnuda de su pecho.

La joven desde la ventana seguía observando.

El chico hizo sonar las cuerdas de guitarra que recorrían su brazo, un desgarro agudo y punzante que hizo que la telaraña se hiciera añicos ante el. Sus botas pisaron los restos del suelo al salir lentamente del bosque.

Al verlo salir del bosque, la dama de hielo bajó las escaleras de su torre hasta llegar a la puerta principal. Posó su mano sobre el picaporte y se detuvo unos segundos antes de abrir. El corazón le latía inusualmente deprisa. Abrió la puerta.

Frente a frente, sus miradas se cruzaron.

El joven se quedó mirándola fijamente, hasta que finalmente se acercó a ella. La muchacha le miraba embelesada, incapaz de desviar la mirada de sus ojos. No se conocían, jamás se habían visto, pero entre ellos saltó una chispa nada más verse.

Varios días pasó el chico-guitarra en la torre de la dama de hielo.

Estaba completamente prendado de su gélido cuerpo, de su extraña hermosura, y de sus fascinantes ojos blanquecinos. Tan hechizado estaba por su encanto que se enamoró perdidamente.

Ella, sintió poco a poco hacia él una atracción cada vez mayor, deseaba derretirse entre sus brazos, descifrar el misterio que giraba en su mirada y ver la cara oculta del hombre que ahora estaba a su lado.

Fue demasiado. Demasiado para su corazón helado, demasiado amor.

Se despertó solo en la cama de la torre. La llamó sin obtener respuesta. Salió al jardín, desesperado y la vio allí, de espaldas a él, de pie ante el bosque de cristal. Con esa cristalina sonrisa tan bella que podía hacerte llorar de alegría. Por un momento él sonrió, pero cuando ella se volvió, su sonrisa se convirtió en una mueca de horror.

Su cuerpo perfecto goteaba, y de su pecho cristalino brotaba un vapor denso, hirviendo. Le quería, y ella no podía querer, su cuerpo no podía soportar el calor de un sentimiento como el amor, y su corazón, hirviendo de amor por el joven extranjero, estaba acabando con ella.

Corrió hacia ella y estrechó entre sus brazos el cuerpecillo de la dama. La vio derretirse ante sus ojos, vio como sus delicados brazos gotearon sobre la hierba, vio su rostro deshacerse en lágrimas blanquecinas, procedentes de sus ojos. Incluso sus labios azulados, que él ni siquiera llegó a besar, se deshacían en agua.

Cayó de rodillas, empapado en los restos líquidos de la dama que durante unos pocos días le había echo creer en el amor. Entre el líquido que ya empezaba a evaporarse todavía palpitaba el corazón de la chica. Loco de dolor, alargó la mano

hacia el agonizante órgano, cogiéndolo con el mismo cariño con el que acaricio su fría piel. Inconscientemente, acercó el corazón al suyo propio, y un grito desgarrador hizo temblar los árboles del bosque cuando el órgano toco su piel. Estaba tan frío que abrasaba, y le abrasó el corazón, dejando en su lugar un agujero de carne calcinada y cables rotos emergiendo de su pecho.

Febril, temblando de frío, de calor, de dolor, el joven se derrumbó junto al corazón, rodeado por una nube de vapor...





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