He perdido la cabeza

He perdido la cabeza
-He perdido la cabeza -Eso me temo,estás loco,chalado,majareta...Pero te diré una cosa, las mejores personas lo están

miércoles, 18 de marzo de 2015

El laberinto

Corre, corre, no te detengas. Te caes, te arrastras, te levantas, las piedras se clavan en tus piernas descarnadas pero sigues corriendo. Todo recto, gira a la izquierda, ahora dos veces a la derecha, siempre con la mano diestra en la pared. Sigue corriendo, nunca pares, no puedes permitirte el descanso. Tras de ti suenan susurros, en ocasiones estruendos… Cuando anoche caíste exhausta tras días sin parar pudiste sentir su aliento sobre tu espalda a punto de dar el golpe. Lo esquivaste por poco, rodaste por el suelo, las heridas cosidas de mala manera se abrieron de nuevo y apretaste los dientes en una mueca de dolor al tiempo que salías corriendo. Izquierda, derecha, izquierda, izquierda… otro muro. Aprovechas un instante para volver a coser las heridas. Las lágrimas asoman a tus ojos cuando la púa de espino que usas como aguja atraviesa tu piel. Aprietas los dientes, no puede haber más lágrimas, ahora eres fuerte. La herida se habría hasta el codo pero tu sigues cosiendo un poco más, por el antebrazo, y esta vez no lloras. Sigue corriendo… escondiéndote en las sombras, no dejes que te atrapen… susurros, pasos, un grito, un golpe seco y después el desagradable sonido de la carne al desgarrarse. Debía de haber otro como tú cerca. No. Como tu no, él se paró. Te alejas de allí lo más deprisa que puedes, preguntándote que es aquello que acecha entre esos muros y de lo que con tantas ansias huyes. Nunca te has vuelto atrás a mirar cuando se acercaban, tan solo has huído. Quizás la forma de combatirlos fuera mirarlos de frente y por eso siempre aparecieran a tu espalda… quizá… Susurros, pasos, estruendos! Sin darte cuenta dejaste de correr. Vuelves a la realidad y suena su grito a tu espalda. Corre , corre, corre! Derecha, derecha, izquierda…muro. Ibas tan deprisa que ni siquiera lo has visto y te das de cabeza contra su superficie pétrea. Sientes la sangre cálida resbalar por tus mejillas y vuelves sobre tus pasos en busca de otro camino. Tu visión empieza a nublarse, las lágrimas se mezclan con la sangre espesa antes de caer al suelo, consciente de que puedes encontrarte con ellos en cualquier momento, de frente. Sigues corriendo. Se escuchan sus bramidos, estruendos, no quieres verlo, cierras los ojos antes de girar la esquina y seguir corriendo, ciega. Te pegas con tal fuerza al muro que quema tu piel mientras huyes, pero no importa, no hay dolor, no derrames una lágrima, no emitas un lamento. Sientes un frío cortante lacerando la piel de tu pierna izquierda y sabes que ha sido “eso”, que acabas de pasar a su lado, que todavía está muy cerca. El miedo se apodera de ti, se te dilatan las pupilas y corres, corres como jamás habías hecho. Abres los ojos, sabes que está a tu espalda. Tus músculos no responden y tropiezas. Un dolor punzante en la cabeza te aturde, y los nuevos golpes te queman la piel , la herida del costado se abre y toses sangre, a cuatro patas en el suelo. Quizás sea el momento de dejar de correr, piensas. Estruendos, bramidos, golpes… Levántate y no te detengas. Recto, derecha, izquierda… siempre con la mano diestra sobre el muro.
Licencia Creative Commons

Este obra de Pilar Hernández está bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.