He perdido la cabeza

He perdido la cabeza
-He perdido la cabeza -Eso me temo,estás loco,chalado,majareta...Pero te diré una cosa, las mejores personas lo están

miércoles, 3 de junio de 2015

Detener el tiempo

El tiempo corría deprisa mientras observaba caer la arena. En la pared el tic tac de las manecillas de cientos de relojes cubrían las paredes, mientras la mesa y el suelo estaban cubiertas de cadáveres mecánicos, agujas y engranajes dorados. Las piedras preciosas de brillantes colores estaban colocadas con mimo en frasquitos de cristal perfectamente ordenados dentro de aquel caos. Le dio la vuelta justo antes de que cayera el último grano de arena y siguió observando, en silencio. Años de esfuerzos e investigaciones, montando y desmontando maquinarias persiguiendo aquello que le fascinaba, entender el avance del tiempo. Aprender a detenerlo. Descolgó unos de los relojes de la pared. Tenía el tamaño de un puño. Era de madera de ébano, negra y brillante, con manecillas de cristal y engranajes de plata. Tic, tac, tic, tac... Cogió un frasquito de zafiros y procedió a incrustarlos en la cuidada maquinaria del reloj. De todos, ese reloj negro era su pieza favorita. La arena seguía cayendo, recordándole aquellos minutos que pasaban lentamente y que nunca volvían. Terminado el trabajo de restauración observó su obra, era perfecto. Por qué tras tantos años todavía no conseguía capturar el tiempo... Tic, tac, tic, tac.. La arena casi había caído del todo. De pronto, con la vista fija en la oscura pieza de relojería lo vio muy claro. Si los relojes dejaban de avanzar, tal vez el tiempo se podría detener. Poseído por esa creencia febril, comenzó a descolgar las máquinas y detener su paso. Cansado y sudoroso tras detener los cien relojes que ahora permanecían mudos, se paró ante su última y pequeña creación. Su sonido era tan puro que casi parecía un crimen detenerlo. Al límite de la demencia que te produce el pensar que estás rozando con los dedos un anhelo imposible, introdujo la mano en las tripas del reloj, impidiendo que continuara su ritmo. La agujas de cristal se quebraron en un intento de continuar moviéndose y finalmente la maquinaria dejó de girar. Por primera vez en años, solo escucó el silencio. Un silencio tan profundo que los latidos de su corazón resonaban en sus oídos como un redoble de tambores. Pum, pum. Pum, pum. Tembloroso volvió la vista hacia la mesa, todavía apretando en la mano restos de la maquinaria de plata del pequeño reloj. Se iluminó su rostro al ver que el último grano de arena no había caído, simplemente se había quedado suspendido. El tiempo se había detenido.


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domingo, 5 de abril de 2015

Tinta azul

Esa noche dejó abierta la ventana. El aire nocturno arrastraba el aroma que precede al verano, mezclándose con el olor a tinta y papeles nuevos propios de la habitación. Como cada noche, encendió la vela del escritorio y se sentó frente a la página en blanco. Mojó la pluma en tinta roja, ese día se sentía inspirado. "Érase una vez..." demasiado clásico, necesitaba otro comienzo. "Hace mucho, mucho tiempo, en una tierra bañada por la luz de..." demasiado recargado. Durante horas garabateó páginas y arrugó muchas de ellas, arrojándolas al ahora agonizante fuego de la chimenea. Olía a papel quemado. Se pasó las manos por la frente, apartando los mechones oscuros que le caían sobre los ojos, rojos de no dormir. Dio un trago a la botella que había junto a él, necesitaba evadirse, abrir su mente. El líquido verde le abrasó la garganta. Verde, eso es, seguro que el problema era la tinta roja. Cambió la tinta y mojó la pluma en color verde. "Todo sucedió una noche, tal vez la noche más oscura que recuerdan en el pequeño pueblo perdido de..." Mejor, pero todavía no era perfecto. El hada verde comenzaba a ejercer su magia, sus dilatadas pupilas daban muestra de ello. Escribía sin parar, el reloj de la pared marco con un sonoro "dong" las tres de la madrugada. Alzó la vista de su trabajo y ahí estaba ella, mirándole desde el alfeizar, con su hermoso vestido azul brillando bajo la luz de la luna. Era bellísima. Fascinado vio como sus delicados brazos palpaban el espacio que otras noches ocupaba el cristal, encontrando solamente un vacío. Titubeó un momento antes de entrar por la ventana. El hombre soltó la pluma un instante, mirándola fijamente, aquella aparición que cada noche se asomaba a su pequeña estancia al fin había encontrado las puertas abiertas. Ella se acercaba lentamente, revoloteando por la estancia, deteniéndose en cada detalle, como si cada cosa fuera un preciado tesoro que valiera la pena detenerse a mirar. Algo en la mesa llamó su atención pues gracilmente comenzó a acercarse, sin desviar de nuevo sus pasos. Él escritor apenas se dio cuenta de que había cogido la tinta azul cuando de nuevo se puso a escribir, como si estuviera bajo el influjo de un hechizo. "La piel pálida como la luna parecía irradiar luz bajo los negros y brillantes cabellos. Los ojos oscuros, penetraban hasta el fondo de tu alma, como si pudieran ver a través de ti". Sintió un escalofrío. "Su figura parecía flotar sobre el suelo, adornada con un vestido de gasa y tul que dejaba entrever su etérea figura...". Sintió sobre su mano un leve cosquilleo y a punto estuvo de derramar la tinta sobre la mesa al ver la frágil mano de ella sobre la de él. "Parecía una criatura venida de otro mundo, demasiado pura, demasiado oscura, demasiado extraña y demasiado hermosa para contemplarla durante mucho tiempo. Al tacto su piel marmórea era fría como el hielo, tan fría que tocarla podía abrasarte la piel". Intuitivamente apartó su mano de la de ella. En los ojos oscuros brillaba el reflejo de la vela. Miraba la llama fijamente, sin pestañear. "Son pocos los que pueden presumir de haberla visto y menos aún los que han tenido la suerte o la desgracia de sentirla cerca. Se inclinó hacia mi y sentí el roce de sus pestañas en mis mejillas, como las alas de una mariposa. Se me erizo el vello de la nuca cuando sus labios helados me concedieron un único beso". Parecía hipnotizada. Avanzó más y más, sus dedos casi rozaban la llama... "Jamás olvidaré ese instante en que pareció detenerse el tiempo. Cuando el más extraño y bello de los espíritus que pueblan las leyendas decidió llevarme a un mundo similar al de los sueños estando despierto... Me miró una única vez a los ojos, alejándose de mí. Juraría que sonreían. Me miró una única vez, antes de que su blanco cuerpo de hielo se consumiese en llamas..." Despertó a la mañana siguiente sobre el escritorio, empapado en sudor. La botella de absenta estaba vacía y había varios frascos de tinta derramados. Junto a la vela, ahora apagada, yacía el cuerpecillo calcinado de una mariposa, sobre un montoncito de brillantes cenizas azules.
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miércoles, 18 de marzo de 2015

El laberinto

Corre, corre, no te detengas. Te caes, te arrastras, te levantas, las piedras se clavan en tus piernas descarnadas pero sigues corriendo. Todo recto, gira a la izquierda, ahora dos veces a la derecha, siempre con la mano diestra en la pared. Sigue corriendo, nunca pares, no puedes permitirte el descanso. Tras de ti suenan susurros, en ocasiones estruendos… Cuando anoche caíste exhausta tras días sin parar pudiste sentir su aliento sobre tu espalda a punto de dar el golpe. Lo esquivaste por poco, rodaste por el suelo, las heridas cosidas de mala manera se abrieron de nuevo y apretaste los dientes en una mueca de dolor al tiempo que salías corriendo. Izquierda, derecha, izquierda, izquierda… otro muro. Aprovechas un instante para volver a coser las heridas. Las lágrimas asoman a tus ojos cuando la púa de espino que usas como aguja atraviesa tu piel. Aprietas los dientes, no puede haber más lágrimas, ahora eres fuerte. La herida se habría hasta el codo pero tu sigues cosiendo un poco más, por el antebrazo, y esta vez no lloras. Sigue corriendo… escondiéndote en las sombras, no dejes que te atrapen… susurros, pasos, un grito, un golpe seco y después el desagradable sonido de la carne al desgarrarse. Debía de haber otro como tú cerca. No. Como tu no, él se paró. Te alejas de allí lo más deprisa que puedes, preguntándote que es aquello que acecha entre esos muros y de lo que con tantas ansias huyes. Nunca te has vuelto atrás a mirar cuando se acercaban, tan solo has huído. Quizás la forma de combatirlos fuera mirarlos de frente y por eso siempre aparecieran a tu espalda… quizá… Susurros, pasos, estruendos! Sin darte cuenta dejaste de correr. Vuelves a la realidad y suena su grito a tu espalda. Corre , corre, corre! Derecha, derecha, izquierda…muro. Ibas tan deprisa que ni siquiera lo has visto y te das de cabeza contra su superficie pétrea. Sientes la sangre cálida resbalar por tus mejillas y vuelves sobre tus pasos en busca de otro camino. Tu visión empieza a nublarse, las lágrimas se mezclan con la sangre espesa antes de caer al suelo, consciente de que puedes encontrarte con ellos en cualquier momento, de frente. Sigues corriendo. Se escuchan sus bramidos, estruendos, no quieres verlo, cierras los ojos antes de girar la esquina y seguir corriendo, ciega. Te pegas con tal fuerza al muro que quema tu piel mientras huyes, pero no importa, no hay dolor, no derrames una lágrima, no emitas un lamento. Sientes un frío cortante lacerando la piel de tu pierna izquierda y sabes que ha sido “eso”, que acabas de pasar a su lado, que todavía está muy cerca. El miedo se apodera de ti, se te dilatan las pupilas y corres, corres como jamás habías hecho. Abres los ojos, sabes que está a tu espalda. Tus músculos no responden y tropiezas. Un dolor punzante en la cabeza te aturde, y los nuevos golpes te queman la piel , la herida del costado se abre y toses sangre, a cuatro patas en el suelo. Quizás sea el momento de dejar de correr, piensas. Estruendos, bramidos, golpes… Levántate y no te detengas. Recto, derecha, izquierda… siempre con la mano diestra sobre el muro.
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sábado, 31 de enero de 2015

Soy coleccionista, de gestos, de personas, de cambios...

Siempre me he considerado una coleccionista, de cosas extrañas, de cosas sencillas… He coleccionado gestos, sonrisas, olores, personas… mi mente es como el desván de Diógenes y aún así, creo que no he perdido nada en ese caos de memorias. Tal vez por eso, en ocasiones me pare en seco a observar el reflejo de la luz en el suelo, tal vez me esté llevando a alguno de los rincones de mi colección. Coleccionar personas es tal vez lo que más me ha costado, ¿cómo se coleccionan personas? Al principio pensaba que con mantener los recuerdos, las viejas fotos… siempre presentes, seguirían ahí. Con el tiempo me di cuenta que no puedes coleccionar personas, tienes que coleccionar los cambios. Los recuerdos se trastocan, en ocasiones tienen más de idealización que de realidad, no tiene nada de malo, de hecho quizás sea mejor así, pero lo que realmente te mantendrá presentes a todos aquellos que has visto alguna vez tan “especiales” como para querer conservarlos para siempre, son los cambios. La forma más sencilla de explicarlo es a través de las relaciones de pareja. Conoces a alguien, conectas. De repente esa persona pasa a ocupar un lugar privilegiado en tu mente, en tu vida. Deseas que esté para siempre a tu lado, se convierte en una persona que consideras no solo indispensable en tu colección de personas, sino la pieza más importante. Sin darte cuenta, vas aprendiendo cosas de esa persona, de repente te conoce mejor que tú mismo y aprendes a conocerte a través de sus ojos, te sientes diferente, más débil, más fuerte, más feliz… Te complementa. De pronto una mañana esa persona deja de estar en tu vida, tal vez no para siempre, siempre he creído que no puedes borrar de golpe y porrazo a alguien con quien lo has compartido absolutamente todo y que lo ha sido todo. No era solo amor, era una amistad profunda y eso se puede mantener. Pero ya no está ahí. Ya no está cuando te sientes solo, ya no puedes llamarle a las 5 a.m. porque te asustan los monstruos que pueblan tus sueños o simplemente no puedes llamarle para decirle que le quieres. Los pasas mal, sufres, estás tan hundido que no crees poder volver a ser feliz, ni volver a amar de nuevo después de eso. Sin embargo, en tu interior empiezas a sentir una una sensación extraña, que te dice que eres fuerte, que puedes estar bien, que hundirte de esa forma es lo que hacía la tú del pasado, del pasado antes de estar con él. Te esfuerzas por sonreír, por entender los motivos que te han llevado a estar donde estás, y te sientes diferente. Te sientes otra persona, te sientes mejor. Tal vez alguien te diga un día “ has cambiado, te veo… diferente” y tu sonrías y le digas “sí, ahora soy mejor”, y por dentro pienses “Él/ella me cambio” y seas capaz de ser feliz tu solo, de reconstruirte a ti mismo y soportar mejor los golpes de la vida. Así, esa persona habrá pasado a formar parte de tu colección pues siempre será parte de tu vida, de quien eres. Tal vez el coleccionar cambios sea la más valiosa de las colecciones
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viernes, 9 de mayo de 2014

Infinito

Aléjate para buscar ese lugar, deja que tus pies guíen tus pasos, uno tras otro... Recorre un camino que jamás has recorrido pero tal vez conozcas. Quizás te hayan hablado de él las antiguas historias, aquellas que leías una y otra vez, durante las largas noches que pasaste bajo la cálida luz de una vela agonizante... Busca un camino, el camino al infinito; el camino a lo que buscas y a lo que dejas atrás, el camino a todo, el camino a nada. El suelo de roca está frío y áspero, las piedras se te clavan en las plantas de los pies mientras avanzas, dejando un leve rastro de sangre como recuerdo de tus pasos... Y al frente, el vacío, acantilado. ¿Y ahora que has llegado tan lejos? No saltes, mantente en pie ante el abismo, siente como el viento acaricia tu piel, abre tus brazos y agita tus cabellos... cada vez más ligero. Tus hombros, tus pies, la curva de tu espalda... se van desvaneciendo en cenizas que eleva Eolo con delicadeza entre sus dedos hasta que la nada ocupa el lugar donde te mantuviste erguido. El final del camino, el comienzo del camino, que ahora recorres como el polvo, arrastrado por el viento. Y te elevas... sobre el infinito
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lunes, 26 de diciembre de 2011

Agua turbia

Deja que el agua acaricie tu piel.
Sumérgete en la bañera, a la luz de las velas y cierra los ojos.
Ahora olvídalo todo, mi amor, ahora solo escucha el grifo correr y el movimiento del agua.
Siente la calidez que tu cuerpo helado buscaba y relájate.
Siéntete a ti, solo a ti, desde hace mucho tiempo.
Siente tus músculos cansados, los huesos bajo la piel.
Deja que tu cuerpo recupere la palidez y la suavidad de antaño, borrando las marcas del polvo y las heridas.
Túmbate, así, despacio.
Ahora tu cabello se esparce alrededor de tu rostro, movido por las aguas, y tu sigues con los ojos cerrados.
Estás preciosa.
Ahora sumerge la cabeza, todo tu cuerpo envuelto en cristal.
Y desde ahí abajo, abre los ojos, mírame. Lo ves turbio, quieres huír, pero, mi amor, no puedes huír ahora.
Aguanta un poco más. Sé que es duro, pero yo estoy aquí, cuidaré de ti.
Forcejeas un poco, no puedo dejarte salir, aún no.
Te sujeto y quieres soltarte, pero aún no es el momento.
Ahora ya estás más tranquila, flotas...
De golpe abres los ojos y te incorporas, desnuda, temblando, sentada en la bañera y el suelo encharcado de agua...
Me buscas, pero no hay nadie.
Te abrazas las rodillas con los brazos, con mis brazos y te das cuenta de que lo que te paraliza, lo que te destroza eres tu. Tu miedo.
Alzas la vista al espejo, y estoy yo...
Escalofrío. Se apagan las velas.



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miércoles, 10 de agosto de 2011

Ojos que no ven...

La niña caminó por el pasillo con el oso de peluche fuertemente sujeto en la mano. Avanzó con curiosidad hasta la mesa de la costura y cogió el alfiletero.Una a una, fue acercando las puntiagudas agujas a sus enormes ojos marrones, y una a una las fue clavando.
El alfiletero se quedó casi vacío. Antes de dejarlo sobre la mesa de nuevo cogió el alfiler que quedaba, clavándolo en el ojo del osito, que sonreía inocente.
Se sentó en el suelo, con el muñeco sobre el vestido gris, y miró sin ver nada, mientras sus labios infantiles esbozaban una amplia sonrisa



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