He perdido la cabeza

He perdido la cabeza
-He perdido la cabeza -Eso me temo,estás loco,chalado,majareta...Pero te diré una cosa, las mejores personas lo están

domingo, 5 de abril de 2015

Tinta azul

Esa noche dejó abierta la ventana. El aire nocturno arrastraba el aroma que precede al verano, mezclándose con el olor a tinta y papeles nuevos propios de la habitación. Como cada noche, encendió la vela del escritorio y se sentó frente a la página en blanco. Mojó la pluma en tinta roja, ese día se sentía inspirado. "Érase una vez..." demasiado clásico, necesitaba otro comienzo. "Hace mucho, mucho tiempo, en una tierra bañada por la luz de..." demasiado recargado. Durante horas garabateó páginas y arrugó muchas de ellas, arrojándolas al ahora agonizante fuego de la chimenea. Olía a papel quemado. Se pasó las manos por la frente, apartando los mechones oscuros que le caían sobre los ojos, rojos de no dormir. Dio un trago a la botella que había junto a él, necesitaba evadirse, abrir su mente. El líquido verde le abrasó la garganta. Verde, eso es, seguro que el problema era la tinta roja. Cambió la tinta y mojó la pluma en color verde. "Todo sucedió una noche, tal vez la noche más oscura que recuerdan en el pequeño pueblo perdido de..." Mejor, pero todavía no era perfecto. El hada verde comenzaba a ejercer su magia, sus dilatadas pupilas daban muestra de ello. Escribía sin parar, el reloj de la pared marco con un sonoro "dong" las tres de la madrugada. Alzó la vista de su trabajo y ahí estaba ella, mirándole desde el alfeizar, con su hermoso vestido azul brillando bajo la luz de la luna. Era bellísima. Fascinado vio como sus delicados brazos palpaban el espacio que otras noches ocupaba el cristal, encontrando solamente un vacío. Titubeó un momento antes de entrar por la ventana. El hombre soltó la pluma un instante, mirándola fijamente, aquella aparición que cada noche se asomaba a su pequeña estancia al fin había encontrado las puertas abiertas. Ella se acercaba lentamente, revoloteando por la estancia, deteniéndose en cada detalle, como si cada cosa fuera un preciado tesoro que valiera la pena detenerse a mirar. Algo en la mesa llamó su atención pues gracilmente comenzó a acercarse, sin desviar de nuevo sus pasos. Él escritor apenas se dio cuenta de que había cogido la tinta azul cuando de nuevo se puso a escribir, como si estuviera bajo el influjo de un hechizo. "La piel pálida como la luna parecía irradiar luz bajo los negros y brillantes cabellos. Los ojos oscuros, penetraban hasta el fondo de tu alma, como si pudieran ver a través de ti". Sintió un escalofrío. "Su figura parecía flotar sobre el suelo, adornada con un vestido de gasa y tul que dejaba entrever su etérea figura...". Sintió sobre su mano un leve cosquilleo y a punto estuvo de derramar la tinta sobre la mesa al ver la frágil mano de ella sobre la de él. "Parecía una criatura venida de otro mundo, demasiado pura, demasiado oscura, demasiado extraña y demasiado hermosa para contemplarla durante mucho tiempo. Al tacto su piel marmórea era fría como el hielo, tan fría que tocarla podía abrasarte la piel". Intuitivamente apartó su mano de la de ella. En los ojos oscuros brillaba el reflejo de la vela. Miraba la llama fijamente, sin pestañear. "Son pocos los que pueden presumir de haberla visto y menos aún los que han tenido la suerte o la desgracia de sentirla cerca. Se inclinó hacia mi y sentí el roce de sus pestañas en mis mejillas, como las alas de una mariposa. Se me erizo el vello de la nuca cuando sus labios helados me concedieron un único beso". Parecía hipnotizada. Avanzó más y más, sus dedos casi rozaban la llama... "Jamás olvidaré ese instante en que pareció detenerse el tiempo. Cuando el más extraño y bello de los espíritus que pueblan las leyendas decidió llevarme a un mundo similar al de los sueños estando despierto... Me miró una única vez a los ojos, alejándose de mí. Juraría que sonreían. Me miró una única vez, antes de que su blanco cuerpo de hielo se consumiese en llamas..." Despertó a la mañana siguiente sobre el escritorio, empapado en sudor. La botella de absenta estaba vacía y había varios frascos de tinta derramados. Junto a la vela, ahora apagada, yacía el cuerpecillo calcinado de una mariposa, sobre un montoncito de brillantes cenizas azules.
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