He perdido la cabeza

He perdido la cabeza
-He perdido la cabeza -Eso me temo,estás loco,chalado,majareta...Pero te diré una cosa, las mejores personas lo están

lunes, 28 de febrero de 2011

De niños y juguetes

Hacía meses que pasaba por delante de la juguetería.
Observaba desde el exterior del escaparate los maravillosos juguetes que había tras el cristal.
Trenes rojos, monos que saltaban desde la cajas, grandes osos de peluche... Pero sobre todo le llamaba la atención una muñeca, de porcelana, vestida de negro.
Era muy bonita, con los rasgos tan perfectamente definidos que parecía que iba a mirarte en cualquier momento.
Más de una vez intentó entrar en la tienda, pero el dueño, desconfiado de verlo parado en la calle durante horas, nunca le dejaba entrar.
Cuando volvió a su casa ese día, decidió que quería esa muñeca, debía tenerla.
-Papá, quiero la muñeca de la juguetería de la esquina.
-¿No prefieres un tren?
-Quiero la muñeca.
-¿Un oso de peluche?
-Quiero la muñeca.
-¿Una de esas pelotas de colores?
-Quiero la muñeca.
A la semana siguiente, su padre entró con la muñeca bajo el brazo.
-Toma, cuídala bien, ¿vale? Es muy delicada y puede romperse.
Sus ojos brillaron de felicidad al tenerla entre sus brazos. No había un solo día que se separase de ella.
"Hay juguetes que son mágicos, y esta muñeca es muy especial. Necesita mucho amor para estar así. Sino se acaba mustiando y la porcelana se quiebra."
Su padre le repitió las palabras del juguetero y durante días la muñeca resplandecía, con una belleza inhumana.
Pasaron los días, y la muñeca empezó a aparecer olvidada en los rincones de la casa que frecuentaba su joven dueño. Pero estaba sola.
La piel blanca se volvió gris y perdió brillo.
El padre del niño se percató de este cambio y recogió a la muñeca. La miró fijamente un largo rato, pensando en las palabras del anciano de la tienda. Cuando su hijo llegó a casa, le tendió el juguete.
-Ya no la quiero.
-¿Por qué?- su padre estaba sorprendido.
-Me aburrí.
-Pero se pondrá triste.
El niño cogió la muñeca y la miró. Ya no le gustaba, no era bonita. Salió corriendo, abandonándola al pie de la escalera. Su padre se acercó lentamente y la recogió del suelo. Con cuidado, la metió en una cajita y colocó esta en la estantería del salón. Cuando se dio la vuelta para irse, oyó tras él el sonido de un jarrón al romperse. Abrió la caja. El rostro de porcelana se había quebrado. Acercó una mano para tocar la fría piel inerte, y la muñeca se hizo añicos ante sus ojos.

domingo, 13 de febrero de 2011

Vuelve a ser de noche

Vuelve a ser noche.

De nuevo esas horas tristes bajo un cielo negro, lleno de estrellas solitarias, tantas como horas de soledad sufrimos nosotros.

Las horas más solitarias del día caen sobre nosotros al caer la noche.

Lo sabemos, inconscientemente, sabemos que esto es así. Piensa en cuando eras pequeño. Cuando eres pequeño te acosa el miedo al verte en tu habitación, tu refugio. De pronto todo lo que conoces se queda negro y te aterra, te aterra porque estás solo. Entonces, para engañar un poco ese miedo, escoges un muñeco y te abrazas a él. Tu compañero más fiel en las noches de soledad y miedo infantil.

Pero creces, y conforme creces, por cuestiones sociales o quizás porque te sientes idiota, ese pequeño muñeco que te acompañaba desaparece de tu cama.

Crees que ya no necesitas ese muñeco, que las noches no te asustan, y te vuelves a equivocar. Ahora duermes abrazado a la almohada, y no sabes porqué, la aprietas fuertemente contra ti.

Empiezas a salir, te diviertes, te emborrachas, ligas, te pierdes y te duermes en el camino de vuelta. Pero aún así, a pesar de tus amigos , de esos amores de carretera, te has sentido inmensamente solo.

Te tumbas en la cama pero el exceso de alcohol y el cansancio hacen que caigas rendido.

De nuevo despiertas abrazado a la almohada.

Porque te sientes solo.

Y de repente, un día te acuestas junto a una persona a la que amas, y esa noche no hay miedo, no hay soledad. Te abrazas a ella y la noche parece tener un poco más de luz. Te acostumbras a esa presencia junto a tu cama, al calor de un cuerpo que rodea el tuyo y al resguardo de otros brazos.

Una mañana te despiertas y hay un vacío en la almohada.

De nuevo vuelves a atrás, a los tiempos en que te abrazabas a los cojines. Por tu rostro se escurren lágrimas que mojan la tela, porque sabes que por mucho que lo aprietes contra ti, está frío, inerte. Ya no es suficiente.

Las noches traen una soledad mayor ahora que sabes lo que te han quitado.

De nuevo un miedo infantil, y el viejo muñeco vuelve a dormir entre tus brazos.

Y cada noche lo abrazas con más fuerza.

Y cada noche la soledad se abraza más a ti.




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miércoles, 2 de febrero de 2011

Hueso y ceniza

La alegría volvió a su rostro, iluminando sus ojos cuando le vio cruzar el umbral, de vuelta.

Esa noche durmió entre sus brazos, de nuevo a salvo, de nuevo sintiéndose amada. Sus brazos le rodeaban la cintura y ella se acurrucó contra su cuerpo.

De madrugada, despertó. Rozó su mano con la punta de sus dedos y el cuerpo de aquel que amaba se deshizo en cenizas. Solo huesos, un esqueleto que con sus manos abrazaba su cuerpo desnudo. Solo huesos cubiertos de ceniza.

Se giró con los ojos desorbitados hacia el lugar que debía ocupar su cuerpo. Allí, entre los huesos y las cenizas que lo formaban, un corazón marchito y negro, era el único órgano visible... con terror, vio aquella cosa que la tenía aferrada.

Frío, miedo, y silencio...


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