He perdido la cabeza

He perdido la cabeza
-He perdido la cabeza -Eso me temo,estás loco,chalado,majareta...Pero te diré una cosa, las mejores personas lo están

lunes, 14 de marzo de 2011

Despiértate y corre las cortinas

Despiértate y corre las cortinas.
La luz que entra por las ventanas es pálida y gris y tú miras hacia fuera con los brazos cruzados sobre el pecho.
También está lloviendo. Sales al balcón, descalza, sintiendo el suelo húmedo bajo tus dedos, mientras miles de gotas se estrellan contra tu cuerpo y empapan tu rostro.
Cierras los ojos y te quedas quieta, escuchas el viento, sientes el agua caer sobre tus labios, suavemente, como un beso. Podrías bailar al son de la melodía que suena en tu cabeza, tan gris como el día, y parecería que la lluvia siguiera tu mismo compás.
Vuelves a la habitación y te tiras sobre la cama. Tu cuerpo forma una marca de agua sobre las sábanas pero no te importa. Ruedas hacia un lado y pasas las manos sobre la tela mojada, el pelo se te pega a la frente en cascadas oscuras y de tus pestañas aún cuelgan algunas gotas solitarias.
Tumbada boca arriba miras el techo, por tu mejilla se deslizan finos hilos de plata, ya no sabes si fue el cielo o eres tu la que está llorando.
Solo quieres quedarte tumbada, envuelta en sábanas cálidas, imaginando, recordando...
Solo quieres quedarte tumbada hasta encontrar fuerzas para levantarte.
Tus ojos se nublan y sabes que ahora son tus lágrimas. Tiemblas de frío pero no es por el agua, estás temblando por dentro y ahí el calor de las mantas no sirve.
Sientes, recuerdas, añoras... pero todo a tu ritmo, a tu modo.
Recuerdas que hubo un tiempo en que tus sonrisas fueron sinceras y piensas en las tristes muecas que ahora tratan de esbozar tus labios, sin que tus ojos sean capaces de acompañarlos.
Fuera sigue lloviendo. Pero sabes que con el tiempo, el sol vuelve a brillar, y al menos fuera, dejará de hacer frío.


Cortar por la línea de puntos

Past
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Present

domingo, 13 de marzo de 2011

Bar de la desesperanza

En la entrada de un bar me estoy fumando el quinto cigarro de mi caja de recuerdos y esperanzas.
Veo el humo salir denso de mis labios y desvaecerse en el aire, y con cada calada me estoy fumando lo que siento por ti poco a poco.
Poco a poco se consume el papel, queda colgando la ceniza de tus besos hasta que cae al suelo.
En ciendo un nuevo cigarrillo que va quemando tus gestos de cariño. Su humo con tus palabras se los está llevando el viento.
No pasan coches por la calle Soledad, que hace esquina con Dolor y cruza con Desamparo, desde este Bar de la Desesperanza en el que todos en algún momento paramos.
Entro al bar, el camarero me invita a una copa de penas para ahogarme en ella. De un trago han caído siete y de nuevo ganas de fumar.
Salgo a la calle hay niebla y sopla un viento frío. Borracha de melancolía saco el mechero, una llama de olvido y enciendo el cigarrillo con mis ganas de quererte.
El humo se eleva en la noche y en sus juegos con las luces y la niebla creo ver tu rostro. Debe de ser el alcohol.
Tiro el cigarro sin acabar al suelo y lo aplastó con el talón, hasta que se apague.
Necesito un trago. Me dice el camarero que en un tiempo frecuentaste el local, casi puedo verte en el mismo lugar donde ahora estoy yo. Me pregunto donde estarás ahora y brindo a tu salud para que te vaya bien.
Una copa de sueños perdidos y deseos imposibles, el líquido me abrasa la garganta la garganta. He bebido demasiado, la cabeza me da vueltas y me fallan las piernas... Lo último que sé es que me derrumbo sobre el suelo.


martes, 8 de marzo de 2011

El circo de los horrores

Entre las jaulas se arrastra el polvo, los leones en sus jaulas dan vueltas sin rumbo ni sentido. Están famélicos. El domador se acerca con su sombrero ajado y su muñón en la mano. Un león escupe un par de huesos humanos.

Se oyen bocinas y el chirriar de unos zapatos. Payasos. Las sonrisas de sus rostros no son fingidas, son cicatrices cosidas, y la palidez de su rostro no necesita maquillaje. Sus juegos arrancan más llantos que risas, asustando a niños y mayores.

La trapecista mira hacia arriba. La cuerda suspendida sobre su cabeza, ansía volver a caminar sobre el alambre, volver a oír las ovaciones y enfrentarse al miedo. Imagina con los ojos cerrados, cuando los abre, recuerda que cayó y se partió las piernas. Condenada de por vida a la silla, atada al suelo.

El lanzador de cuchillos esconde la cabeza entre las manos manchadas de sangre. El cuerpo inerte y blanco de su compañera yace sobre sus rodillas manchado de rojo. En una función el puñal le atravesó el corazón. La imagen de su rostro y su grito de dolor atravesaron el de él. Otro tipo de puñal.

Bienvenido al circo de los horrores, donde se arrastran los seres más grotescos y tristes de la tierra. Vagan como almas en pena, arrastrando los pies, ocultándose entre sombras, respirando soledad.

De una bañera sucia y oxidada sobresale el torso bello y blanco de una dama, cabellos dorados desbordando por el borde de la bañera, rozando el suelo. Dejaos seducir por sus enormes ojos almendrados, acercaos hipnotizados por la dulzura de su voz... pero jamás mireis sus piernas, unidas en una cola, atrapadas en la piel. Siempre soñó con que la sacaran a bailar.

El hombre elefante mira desde su escondite a la sirena en la bañera. Siente pena, él la entiende. Engendro natural, cuerpo deforme, repudiado por todos y completamente solo consigo mismo, solo con aquello que más odia. Trofeo de espectáculo, monstruo al que nunca vio el mundo como humano.

Frente al espejo de un tocador, la mujer barbuda llora. Las lágrimas se pierden en el vello de su rostro, donde se ocultan también sus labios, tal vez los más dulces que pueda besar un hombre, pero ninguno estará dispuesto a probarlo.

La soledad siempre presente, habita en la sombra de cada uno de ellos. Carentes de cariño, buscan al caer la noche el consuelo en los brazos de los otros. Buscan de noche para que las sombras los tapen las carencias de sus cuerpos, para ocultar lo monstruoso de su aspecto. Un espectáculo grotesco, las horas de las bajas pasiones que se desvanecen con la llegada del alba. Los rayos del sol rompen el hechizo y los cuerpos se desenredan, se rompen los abrazos. Avergonzados y espantados, todos vuelven a sus refugios, todos solos.

El faquir observa el circo, sentado en su cama de clavos, sus ojos negros, impenetrables, su expresión carente de emoción. No habla, ya no puede, un accidente, el cuchillo que se tragó le cortó la lengua. Desde entonces actúa con cuchillos romos.

La vidente tiene por ojos dos bolas de cristal, transparentes casi siempre, otras veces enturbiados por el humo... Sobre su hombro, un enorme cuervo negro agita las alas y grazna. De su pico cuelgan los restos de la córnea.

El tragafuegos siempre mira a la derecha, actúa siempre de perfil y detesta los espejos. La mitad de su rostro es hueso calcinado, abrasado por un error de cálculo cuando trató de impresionar a la trapecista con sus artes.

Bienvenidos al circo de los horrores, donde la tragedia humana se arrastra por los rincones, donde se busca afecto y se cometen errores.

Bienvenidos al circo de los horrores



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