He perdido la cabeza

He perdido la cabeza
-He perdido la cabeza -Eso me temo,estás loco,chalado,majareta...Pero te diré una cosa, las mejores personas lo están

viernes, 27 de mayo de 2011

Campos de devastación

Olía a tierra mojada. A ceniza, a sangre...
La niña caminaba descalza entre los cadáveres. Su vestido, antes blanco, parecía haber sido pintado por la muerte.
Se acercó a uno de los cuerpos que cubrían el suelo, lo agarró por los brazos y empezó a arrastrarlo. Su rostro permanecía blanco, inexpresivo,mientras se llevaba al hombre.
Tras un largo recorrido, se detuvo, cansada. Finalmente, arrojó al muerto sobre una enorme pila de cadáveres. 
Se quedó quieta, contemplando su obra con aquellos ojos negros de mirada vacía, muerta.
El cielo se cubrió de nubes negras y llovió ceniza.
De  nuevo fue en busca de un nuevo difunto. Tiró de él, pero no se movía. Tiró con más fuerza, y se escuchó el sonido de los huesos al romperse y desgarrarse la carne.
Indiferente, con la cara manchada de la sangre aún caliente del muerto reciente, contempló los brazos sanguinolentos que sostenía entre las manos, y frente a ella, el cadáver mutilado.
Se encogió de hombros y los tiró a un lado, pasando descalza por encima del cadáver.
Encontró a una mujer con un agujero en el torso. Se arrodilló a su lado y devolvió a su lugar, con cuidado, los intestinos que se salían de su cuerpo. Después, con las manos manchadas
de las entrañas de la mujer, se quitó el largo lazo del pelo y lo ató con manos delicadas en torno al torso, dejando el corte cerrado. Una vez satisfecha, la arrastró hacia
su macabra montaña.
Llevaba días repitiendo la operación y al fin la montaña era lo suficientemente grande.
Con cuidado, fue colocando una serie de velitas que lo rodearon todo. Vertió un aceite de olor nauseabundo y penetrante sobre todos los cuerpos y escaló hábilmente entre los cadáveres,
agarrándose a ellos con las uñas y clavándoles fuertemente los dedos para asirse mejor.
Al llegar arriba encendió otra velita blanca.
-Pide un deseo- susurró, e inclinó ligeramente la vela, derramando la cera, hasta que la llama alcanzo el cuerpo más cercano.
Se tumbó sobre la pira con sus ojos muertos mirando hacia el frente, sin ver.
De nuevo, encendió la vela, sujetándola contra su pecho.
-Pide un deseo-repitió. 
Y sopló.



lunes, 16 de mayo de 2011

Huellas sobre la arena

A su espalda, las huellas se perdían en la distancia.
Llevaba horas caminando sobre la arena mojada, con la lluvia cayendo sobre sus hombros desnudos.
Un paso tras otro, con la mirada perdida en algún punto de horizonte que solo ella podía ver, sin volver jamás la vista atrás.
Ante mis ojos, la vi desvanecerse en la distancia.
Llevaba horas quieto sobre la arena mojada, con el pelo empapado pegado a la frente y la ropa encharcada.
Gota a gota, c
on los ojos fjos en la arena, vi como la lluvia borraba sus pasos, alejándola de mí.
Siempre un paso má
s.


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