Imaginaos, una caja. Una caja rectangular, de cristales blindados, capaz de resistir todo tipo de golpes o roturas...
E imaginad que dentro de esa caja, encerrais a un ser vivo. Una criatura tan pequeña que os cabría en la palma de la mano, frágil, vulnerable, y sola.
Desde dentro, la criatura podrá contemplar el mundo. Podrá ver como disfrutais, como sufrís, como estais juntos, como vais y venís con historias de lugares sorprendentes... Mientras ella solo puede permanecer ahí encerrada.
Con el tiempo, vereis que el bichito sufre, que llora y golpea los cristales con sus pequeños puños hasta que sus nudillos se tiñen rojos. Vereis como se debilita por momentos, mientras el resto del mundo sigue fluyendo, sin verlo.
Los golpes cada vez serán menos frecuentes, más flojos.
La diminuta figura se acurrucará en una esquina, rodeando su cuerpecillo frío con sus largos brazos. Una lágrima golpea el fondo de la caja, un llanto silenciado por las paredes transparentes.
Cada vez más pequeña, cada vez, más perdida.
Mirareis hacia la caja, y no habrá nada más que cenizas.

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