El aire olía a verano, a esa agradable mezcla de calor y brisa marina.
Se tumbó, con los ojos abiertos y los brazos detrás de la cabeza. El cielo se abría a sus ojos, infinito, cubierto de miles de brillantes blancos que iluminaban los tejados.
Contemplaba la luna, en silencio, soñando que era como un punto de conexión, que unía a todas las personas que como ella estuviesen en ese mismo momento contemplando la esfera plateada. La idea le hizo sonreír. Al mirar la luna miras a quien la contempla, independientemente de la distancia.
En otro lugar, a kilómetros de allí, un chico sonreía ante esa misma luna, con el mismo pensamiento.

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