He perdido la cabeza

He perdido la cabeza
-He perdido la cabeza -Eso me temo,estás loco,chalado,majareta...Pero te diré una cosa, las mejores personas lo están

lunes, 26 de julio de 2010

El sol

Aparté la vista, incapáz de ver. Miles de puntitos luminosos sobre un fondo oscuro se dispersaron hasta mostrarme de nuevo la imagen del cuarto.
Mi vista volvía a ser perfecta, como si la momentánea ceguera que me había producido el sol jamás hubiera existido.
El sol...lo odio. No puedo explicar el porqué, pero me pone enfermo. Verlo ahí, en el cielo, orgulloso, poderoso, deslumbrante...¡cómo un dios!No puedo soportarlo...
Llevo tres días viéndolo ponerse al atardecer y salir de nuevo al alba, tres noches planeando el modo de encerrarlo...y matarlo. Quiero matar al sol.
Pasé otra noche en vela trabajando en mi trampa perfecta...los barrotes de cristal sostenían entre ellos brillantes espejos. La enorme jaula para pájaros donde encerraría al ave más brillante del mundo...
Coloqué la pajarera junto a la ventana y esperé. Esperé...
El sol empezaba ya a asomar en el horizonte. Los pájaros le daban la bienvenida con sus cantos, las flores más hermosas se abrían para él...la vida entera se rendía ante el sol.
Abrí la puerta de cristal y la primera luz del alba se encontró con su reflejo. Nunca antes había visto algo más hermoso...enamorado de la belleza de su luz y el color del día al nacer, el sol se arrastró hasta el interior de la jaula sin apenas darse cuenta, intentando con su luz iluminar su propia belleza.
Cuando al fin estuvo dentro de la pajarera, consciente de la trampa en la que había caído brilló con todas sus fuerzas. Su luz me cegó, me quemó las retinas, el hedor de los tejidos quemados me dio naúseas.Guiado por el odio,ciego y a tientas conseguí cerrar la puerta y encerrarlo dentro.
Han pasado cinco días desde que el mundo perdió el sol. Desde la oscuridad de mi habitación he escuchado los gritos de terror de la gente al descubrir que la luz que esperan no aparecerá. Desde la ventana llega hasta mí el hedor de las flores marchitas y el piar apagado de los pájaros desorientados.
Sonreí orgullosos, ahora era yo, y no el sol, el que tenía el poder en sus manos. Ahora era yo el que decidía si devolver la vida al mundo o dejar que se helaran en la oscuridad...Tenía poder sobre la vida y la muerte...era un dios.
Rocé con la punta de los dedos mis ojos abrasados, mutilados por el sol al darse cuenta de su derrota...
Sentí rabia, impotencia, odio hacia la criatura de fuego que me había arrancado los ojos.
Cogí la jaula.
Mis pasos resonaron secos sobre las maderas huecas del suelo. Mi mano abrió la puerta con firmeza y a ciegas empuje dentro la pajarera. Observé sin ver durante unos instantes. Después, con un golpe seco, cerré la puerta del congelador.


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